miércoles, 21 de octubre de 2009

JOHN SINGER SARGENT. RETRATO DE LADY AGNEW DE LOCHNAW



John Singer Sargent fue, sin duda, el retratista de más éxito en su época. Nacido en Florencia en 1856, de padres americanos, pasó gran parte de su vida en Europa, estudiando en Italia, Alemania y París, de modo que su fama y fortuna se basaron en el enorme prestigio que adquirió entre las clases pudientes de Europa y América. Sus retratos de la aristocracia de la sangre y del dinero, habría que incluirlos dentro de la tipología denominada "elegantes", llamados así porque con ellos se pretendía mostrar un cierto refinamiento individual, buen gusto y contención, cualidades que la burguesía de la época no duda en tomar de la aristocracia, a la que viene emulando desde hace tiempo, porque en realidad es ésta la que está imponiendo unas pautas de moda y usos de etiqueta que la burguesía hace suyos, en un proceso de fusión que, aunque se inicia a mediados de siglo, mediante alianzas matrimoniales, encuentra su culminación a finales de la centuria. En estos retratos, vestimenta y pose constituyen dos elementos característicos.
La bella mujer que en este caso ocupa a Singer Sargent es Gertrude Vernon, casada en 1889 con Lord Noel Agnew de Lochnaw que, dos años después de su matrimonio, obtuvo el título de barón. Este nombramiento pudo ser el motivo de que la obra se exhibiese por primera vez en la Royal Academy de Londres, en 1893.
La dama, consciente de su belleza, se sienta –en una postura desenfadada- en un sillón rococó, recortándose ambos elementos ante una tela de color azul con elementos florales. Su atractiva mirada, cargada de aplomo y confianza en sí misma, se dirige hacia el espectador, estableciendo cierta complicidad con quien observa el retrato. El pintor se interesa también por las calidades de las telas, sirviéndose para ello de una pincelada clara y empastada, y de un cromatismo de una sutileza realmente exquisita, perceptible, por ejemplo en los delicados matices de los blancos, rosas, turquesas y malvas. Todo ello, nos retrotrae a los impresionistas, en tanto que la preocupación por la elegancia nos evoca los mejores retratos ingleses de Reynolds, Gainsborough y, sobre todo, Van Dyck. Ya Rodin profetizó que Singer Sargent seria considerado como el Van Dyck de su tiempo.
El traje de fiesta o de noche es el elegido para un amplio número de retratos. Los salones de baile de los nuevos palacios son los salones del trono de estas reinas de la vida de corte, y es normal que muchas de ellas se retraten con muy cuidados trajes de fiesta o un no menos distinguido vestuario de calle. Estas vestimentas son a un tiempo signo de poder y distinción. Hecho que ya fue observado por el sociólogo Thorstein Veblen en 1899, cuando publicó su "Teoría de la clase ociosa", en la que venía a decirnos que en las sociedades industriales modernas los vestidos elegantes sirven a su finalidad de elegancia no sólo por ser caros, sino también porque constituyen los símbolos del ocio. No sólo muestran que el usuario es capaz de consumir un valor relativamente grande, sino que indican a la vez que consume sin producir. Dicho de otro modo, y para el caso que nos ocupa, el vestido nos indica que la que lo usa se abstiene de toda tarea productiva. El tacón Luis XV, la falda y el corsé, incapacitan a la mujer para todo trabajo productivo Eso sin contar con el valor de representación que tal indumentaria comporta, que no sólo habla de la elegancia y el buen gusto de quien la lleva sino, muy especialmente, del poder adquisitivo de quien la mantiene, en este caso su esposo. Este hecho adquiere toda su relevancia si nos detenemos a pensar que, en una sociedad patriarcal como la del siglo XIX, la esposa no dejaba de ser una propiedad más del marido.

Reproducción del colgante de Lady Agnew de Lochnaw

6 comentarios:

  1. Y del colgante que lleva, ¿no sabemos nada?

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  2. Es muy bello el cuadro, sí. Sobre la indumentaria, su valor simbólico e identitario, figura en un tratado sobre el vestido que me acabo de leer y que ya reseñaré en mi blog.

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  3. También llamó mi atención el colgante, pero, hechas las pertinentes indagaciones, poco he logrado averiguar sobre él. Bueno sí, que la National Gallery of Scotland vende reproducciones al módico precio de 65 libras el ejemplar. Y que está hecho de amatista (cuarzo transparente) y turquesas. Si, además, posee alguna otra simbología, es cosa que ignoro, aunque yo creo que va en la misma línea que la indumentaria: poner de manifiesto el alto estanding de la retratada que, por cierto,al contraer matrimonio, era 50 años más joven que su aristocrático esposo.Según ésto, ¿tiene algo de extraño que el siglo XIX conozca las mejores novelas sobre la infidelidad femenina? Yo creo que no, y ahí están Madame Bovary, Anna Karenina, El primo Basilio, La Regenta y tantas otras para probarlo.

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  4. ¿Estos pinceles practicaban “Realismo”, José? Me parece un cuadro de lo más real, el retrato muestra el aplomo y la confianza de quien se sabe bella, sutil y exquisita, una mujer con poder y distinción, tiene una bonita complicidad con el artista y conmigo, que la estoy mirando, está realmente cómoda en su pose. Su incapacidad productiva, como tú bien dices era entonces su bandera, esa elegancia y buen gusto eran sus armas, no necesitaba más. Junto a ella, sin ser visto aparece el marido ausente, un hombre orgulloso de su posición social que luce su propiedad y su joya, encarga un retrato y lo muestra al mundo, debía ser algo así como abrir los balcones de su casa. Se muestra a las claras el empaque del retrato y revela la personalidad del retratado y su situación social y familiar. ¿Era algo así cómo una crónica rosa de la época? Me ha gustado saber que el pintor se inspiró en Diego Velázquez a la hora de crear su obra, y la polémica sobre su famoso cuadro Madame X.
    José, gracias por picar en mi curiosidad.

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  5. Realismo lo era, pero un realismo sublimado, elegante,exquisito, y sometido a unos cánones que el retrato de Madame X, al que tú aludes ( y compruebo con satisfacción que te sigues documentando)sin duda trangredió: era más de lo que podía soportar la época.

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