viernes, 29 de mayo de 2009

VITTORIO MATTEO CORCOS. SUEÑOS, 1896


La obra que hoy os presento se llama Sueños, y su autor, el italiano Vittorio Matteo Corcos (1859-1933) quien, tras estudiar en París, se estableció en Florencia en 1887, en cuya ciudad murió y atendió a una clientela constituida por la élite social y cultural de la ciudad. Su especialidad fueron los retratos femeninos, siempre agradables, amenos y de pincelada vibrante.
Confieso que conocí tardíamente la pintura que nos ocupa, pero desde entonces no me ha sido posible olvidarla. La obra data de 1896, una época en que las imágenes de la feminidad suelen estar cargadas de connotaciones negativas, bien porque se subraya su papel de “pervertidora de hombres” (femme fatale), o porque se insiste en su condición de ser pasivo, postrado e inútil a la que, como mucho, se le concede el rol de “sacerdotisa de la paz doméstica”. Aparentemente, esta pintura parece caminar en sentido contrario, pues la mujer que se nos presenta aparece revestida de dignidad. Sentada, apoya con resolución la barbilla en la mano izquierda, en tanto el brazo derecho se extiende recorriendo el banco donde descansa, en el que aparecen, a modo de naturaleza muerta, sombrilla, sombrero y libros. Sobre todo libros, cuya importancia se subraya por el hecho de encontrase casi en el centro de la composición. Con todo, el mayor interés parece encontrase en el rostro: mirada inteligente que sostiene la del espectador, labios cargados de firmeza, frente amplia y pelo en estudiado desorden. Este aspecto resolutivo que emana de toda la figura, que algunos han llegado a considerar casi desafiante, es lo que ha hecho pensar si no estaremos ante la representación del nuevo tipo de mujer, de la emancipada e independiente que por aquellos años alumbraba de forma tímida en Europa, la new woman, como era denominada en los países anglosajones, y que tanta aprensión suscitaba entre el público masculino. De ser así, los libros, a los que tanta importancia se confiere, tendrían una razón de ser más que justificada, pues a pocos se ocultaba la relación entre la lectura y los nuevos aires de independencia femenina que recorrían el mundo civilizado.
¿Pero es así de simple la lectura del cuadro? No estoy seguro. Desde luego la figura femenina está cargada de nobleza, eso parece indudable. Pero si reparamos en otros detalles, acaso la interpretación no pueda ser tan lineal. Por ejemplo, en el banco, junto a los libros, aparece una rosa ajada cuyos pétalos se encuentran esparcidos por el suelo. Y una flor marchita –independientemente de la simbología que se pueda atribuir a la rosa- se puede relacionar con la fugacidad de todo lo terreno, en este caso con la brevedad de la belleza femenina, “apenas un breve y veloz vuelo”, como diría el clásico. De ser correcta esta interpretación, no estaríamos precisamente ante un elogio de la lectura, sino ante una crítica –muy sutil, eso sí- de la misma, como causante de un envejecimiento prematuro de la mujer, de una independencia excesiva (para el sentir de los hombres, claro) y de una falta de dedicación a lo que debía ser su exclusiva vocación: el amor (la rosa es su símbolo) y el matrimonio.
Pero esto es sólo una interpretación más, que no pretende ser excluyente.