sábado, 6 de junio de 2009

Pero, pese a los obstáculos ya señalados, hubo mujeres pintoras. Durante mucho tiempo, poco o nada conocidas, porque las historias del arte -¡mire usted por dónde!- también eran escritas por hombres. Hoy nos vamos a detener en un exquisito autorretrato realizado por la pintora francesa Élisabeth Vigée-Lebrun, hija de pintor, y de dotes tan excepcionales, que llegó a ingresar en la Real Academia de Pintura y Escultura, hecho excepcional en la época. Su especialidad fueron los retratos y esta es la razón de que la Reina María Antonieta la reclamara como pintora, hecho que le obligó a exiliarse durante la revolución Francesa, pues llegó a temer seriamente por su vida. La obra fue pintada en Bruselas en 1782 y muestra su admiración por la pintura flamenca, concretamente por una obra de Rubens titulada "El sombrero de Paja", de hacia 1625. Para empezar habría que detenerse en el sombrero de paja, adornado con una pluma de avestruz y coronado de florecillas silvestres, poniendo de manifiesto unas dotes para la naturaleza muerta fuera de lo común. Pero sobre todo, la belleza y el porte elegante y distinguido de la modelo que con su mano izquierda sostiene con orgullo paleta y pinceles, sin duda toda una declaración de principios de su autoestima como pintora. Sin embargo, desde el punto de vista de los elementos plásticos lo más valioso del cuadro -al menos en opinión de la pintora-es el contraste lumínico que supo establecer entre el rostro en velada sombra por la proyección del sombrero, y la directa caricia de la luz sobre su pecho que, dicho sea de paso, no nos ahorra un discreto pero intencionado décolletage.

3 comentarios:

  1. Me llama la atención la frescura y jovialidad del rostro, así como el contraste lumínico en su piel. Es habitual que la sombra afiance sus facciones.
    Me encanta la textura del chal con sus brillos, su color negro, sus encajes... me da la impresión de no pertenecer a este cuadro. En mi opinión, su color ofrece excesivo contaste con el resto de tonalidades suaves.

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  2. José, qué suerte tuvo la pintora. ¡¡Ese éxito en vida!! Siendo mujer, ver realizados sus sueños de esa manera. Supongo que tuvo mucho que ver la influencia paterna y su serio respaldo, que la animaría a dedicarse a la pintura seriamente, además de desposarse con un artista. El cuadro es bellísimo, sus detalles los veo precisos, esa luz de da una nota alegre. Está contenta, tiene encanto, me gusta esa mano tierna y candorosa y también ese color negro ¿se puede decir pastoso? Es un hermoso retrato.
    He estado cotilleando sobre la señora y tiene un trabajo inmenso, más de 800 cuadros. Casi todos retratos, unos acompañada de su hija, que son muy tiernos, y el de María Antonieta, con un maravilloso vestido en los que se pierde una rosa, es inmenso. Publicó sus memorias en vida con el título de “Souvenirs”, debe ser interesante leerlas, voy a buscarlas. Debió ser una constante lucha por el reconocimiento, con condiciones adversas. Tuvo fama de feminista… “avant la lettre”. A los siete u ocho años pintó su primer cuadro y su padre al verlo le dijo: “Serás una gran pintora, hija…..si es que ha habido alguna”……. La hubo. Gracias por traerla, José.

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  3. Veo que te has documentado a fondo, y eso está bien porque así vamos aprendiendo todos.
    El hecho de que su padre fuese pintor tiene mucho que ver con su vocación, por razones obvias, y, si os parece bien, podemos ver otros casos en el futuro. Lo que no me parece tan obvio es que con frecuencia fueran también los padres los que animaran a sus hijas a convertirse en pintoras profesionales, a veces en contra de sus madres, más partidarias de que sus hijas siguiesen el papel reservado a las muchachas de su tiempo. El caso de Sofonisba Anguissola es típico, pero no único.
    El ejemplo de la Vigée-Lebrun es admirable, porque además de los obstáculos que tuvo que superar como mujer, un crítico se atrevió a insinuar -seguramente con el ánimo de quitar valor a su éxito- de haber tenido conocimiento "íntimo" de sus modelos masculinos. A mí también me gustaría poder leer sus memorias, pero, que yo sepa, no están traducidas.

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